MARIO ELGUE: LA VIOLENCIA DE LOS ‘ 70

 

 

Cada tanto se reabre el debate en torno a los ’70 y, de a poco, se va asumiendo una postura más equilibrada en torno a aquella trágica utilización de la violencia y el terror, de ambos signos, para zanjar las disputas políticas. Por ello, creemos que son oportunas algunas reflexiones al respecto.

 

Las crisis inflacionarias, la dureza de la puja distributiva entre los gremios y las empresas y el terrorismo de Estado (que comenzó antes del golpe, básicamente con las Tres A conducidas operativamente por el “brujo” López Rega) y la continuidad del accionar de las organizaciones armadas en democracia, como así también el paso a la clandestinidad de Montoneros (con una vertiente elitista, originada centralmente en el nacionalismo católico, y otra -igualmente elitista- en la izquierda stalinista o trotkista), ayudaron a crear el clima y/o a agregar pretextos para otro golpe cívico-militar como el del ´76 (con la economía en manos del liberalismo conservador de Martínez de Hoz), al cual adhirieron -por acción u omisión- la mayor parte de los partidos tradicionales (incluido el PC y otras fracciones y personalidades de “izquierda”) y gran parte de la sociedad, aterrorizada por la anarquía reinante, particularmente de las clases medias y altas.

 

TERRORISMO DE ESTADO Y GUERRILLERISMO

 

Obviamente que es incomparable el poder que significa ejercer el terrorismo desde el Estado que hacerlo desde grupos armados irregulares. A su vez, ese terrorismo de estado tuvo un capítulo aparte con la repulsiva apropiación de bebes y con la rapiña en domicilios allanados y destruidos, lo que los equiparaba a delincuentes y rateros comunes.

 

En este sentido, en “Política y/o violencia” (2005) la socióloga Pilar Calveiro (ex guerrillera) realiza su autocrítica de la lucha armada considerando que -de una de las tantas vías utilizables en épocas proscriptivas- se transformó en un fin en sí mismo. Reconoce que las organizaciones armadas (particularmente las que hacían «entrismo» en el peronismo) acrecentaron su provocación en 1975-76, convencidas de que el golpe “agudizaría las contradicciones». No obstante, insiste en caracterizar a la asunción de Perón –luego de 18 años de proscripción- como un avance de la «derecha».

 

CABALGANDO LOS HECHOS

 

Hoy se puede decir que el Gral. Perón no fue un exponente de la derecha conservadora ni un «fascista» (caracterización liberal que finge ignorar la diferencia entre el nacionalismo retrógrado de algunas metrópolis y el nacionalismo progresivo de algunas semicolonias) pero tampoco un revolucionario socialista, cercado por los enemigos del pueblo, como creyeron parte de los jóvenes de entonces.

 

En rigor, Perón fue el conductor de un movimiento transversal, un nacionalista popular que gustaba «cabalgar sobre los hechos» (como él solía decir), mutando ideológicamente según las circunstancias. Se nutría de las más diversas ideas, aglutinando a clases y a los sectores mas diversos, a través de un Frente Nacional, cohesionado a través de su fuerte liderazgo arbitral. Bregó por construir un capitalismo nacional (estatal y privado), con justicia social, en un país mayoritariamente pre-capitalista.

 

Pero Perón siempre intentó ser su propia izquierda y su propia derecha, evitando el surgimiento de toda personalidad crítica o agrupamiento autónomo que le disputara su poder de decisión. A veces se recostaba en las franjas más ortodoxas y, en otras ocasiones, impulsaba a las “formaciones especiales”, que él no había creado pero que le eran funcionales en épocas de dictadura y proscripción. Llegó incluso a calificarlos de “juventud maravillosa”, aunque con su llegada al poder les alertó que -en democracia y habiendo obtenido un triunfo en las elecciones de setiembre de 1973 con el 62 % de los votos, con el 12% de ese 62% que sumo la boleta 14 del FIP- debían deponer las armas e integrarse a la vía institucional: que se los pedía por las buenas y que, si no se avenían, lo iba a hacer «por las malas».

 

Perón oscilaba pragmáticamente de enunciaciones moderadas a otras más radicalizadas ante un multitudinario conglomerado policlasista, en el cual coexistían -en permanente tensión- visiones ideológicas disímiles, sobre cuyas disidencias era Perón el que daba la última palabra. Por ello, muchas de las contradicciones a él atribuidas brotaban de la heterogeneidad de ese extendido movimiento, nada convencional.

 

Su liderazgo verticalista (con altas cuotas de intolerancia y de arbitrariedad) produjo más de un equívoco entre gran parte de los analistas y politólogos que intentaban e intentan aún hoy explicar todo a partir de considerarlo parte de un «populismo» sin mayor contenido (impreciso lugar común en donde se mezclan regímenes muy distintos) y según el cual todos los males emergerían de liderazgos carismáticos (que manipulan a masas cuasi descerebradas), de dádivas, asistencialismos y de políticas facilistas de corto plazo.

 

Pero esta pereza mental intelectual de caracterizar a toda iniciativa en favor de los mas desvalidos como “populista” (subestimando las genuinas políticas populares de inclusión, desarrollo integrado y justicia social) da para otra nota.

Escribe Mario ELGUE

 

Imágen: Oswaldo Guayasamín

(Pintor ecuatoriano)

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