Cuento—–El Guarda del Domingo—-(Texto y dibujo; J.G.Canú)

 

El Guarda del Domingo

Soliamos caminar con mi abuelo por los viejos terrenos del ferrocarril. Los Domingos eran días especiales, en casa se comía pasta. Los tallarines de la abuela, cortados a cuchillo, eran famosos en la familia. Una mesa larga vestia como nunca el hogar,lo llenaba de voces y aromas inolvidables. Se sumaban siempre los tíos, con los primos dábamos vuelta la casa y generabamos el reto de los mayores.
Era un clima especial el del Domingo, se arrancaba la jornada muy temprano, se lavaba el corredor con acaroina, se armaba la mesa eterna y se preparaban dos o tres mazos de cartas porque la velada a veces llegaba casi hasta la noche, de sobremesa. Primero el postre, después mate con torta casera y así se iba estirando la tarde hasta que caía el sol, era el momento donde se prendía para poder escuchar el partido. Nosotros los más chicos esos Domingos de familia aprovechábamos a jugar y dar rienda suelta a travesuras infantiles en el viejo y gran patio.
Un Domingo de Abril, en la antesala de uno de esos días inolvidables, salimos por la mañana con mi abuelo a caminar y recorrer los vestigios del ferrocarríl, los ecos de lo que hoy era un gigante muerto.
Cuando mis abuelos llegaron al barrio, todo era vida, pasaban y paraban los trenes en la gran estación, a la vuelta de casa, se escuchaban las máquinas resonar desde temprano. El galpón donde las arreglaban, estaba lleno de vida, de trabajadores, de trabajo para un país en ese entonces pujante; al igual que la estación con un movimiento imponente, de pasajeros que iban y venían, generando en el barrio un movimiento económico importante, trabajaban, los almacenes, los hoteles y los bares. Todo eso por supuesto me lo contó mi abuelo, yo no llegué a vivir esa época, ya al ferrocarril lo habían vaciado cuando yo era pequeño, se habían apagado las máquinas, se habían cerrado los talleres y solo quedaban los fierros oxidados de una superestructrura que era la prueba de la corrupción del poder en el país. Esos lugares salíamos a recorrer con mi abuelo, como si fuésemos exploradores, así lo imaginaba yo de pequeño,como una aventura de Indiana Jones.
Entramos a los viejos galpones de máquinas, las leyendas del barrio decían que por las noches aún se escuchaban los sonidos de los obreros trabajando, el lugar derruido y ahora lleno de ratas, con su imágen espectral daba lugar a mitos e historias. Trenes que aparecían de la nada, sonidos y hasta un guarda que,según esas leyendas barriales, se asomaba con un viejo traje y reloj llamando a presuntos pasajeros.
Mi abuelo me propuso recorrer el lugar para desmitificar estos cuentos lugareños.
La naturaleza había ganado junto al abandono, caminar con mucho cuidado, era la misiva, aún existían los pozos con combustible de las viejas máquinas, estaban tapados con pasto y esto radicaba un peligro, las grandes canillas donde se conectaban las mangueras para abastecerlas aún tenían líquido.
Un grupo de viejos vagones yacían abandonados en un sector de vías sin uso. Hasta ahí nos acercamos, nos subimos y los recorrimos, además de la suciedad que reinaba en su interior, estaban intactos, sus asientos, las ventanillas, eran esos vagones de color marrón que corrieron durante una época extensa el país. Pisar esos coches era como un viaje en el tiempo, salvo cuando te topabas con alguna bicicleta que los ,amigos de lo ajeno, habían «guardado» en su interior.
Cuando estábamos bajando del desvencijado tren y parte de nuestra aventura de Domingo se terminaba, una voz nos llamó al orden; ¿Que hacen acá?; Al darnos vuelta un hombre vestido en un impecable traje negro, con un reloj y gesto adusto, nos planteaba con firmeza la pregunta. «Solo paseábamos con mi nieto, le contaba la rica historia del ferrocarríl en nuestro país y como lo convirtieron en esto que es hoy», respondió con una media sonrisa mi Abuelo.
Yo quedé anodado mirando ese hombre que se parecía al mito del fantasma del guarda que se Personificaba en ese sector de la estación de trenes.
El hombre movió la cabeza y dándole la razón a mi abuelo, esbozo una crítica a los Gobiernos que habían manejo al país durante años y dejaron en la perdición total al ferrocarríl, fuente de trabajo, producción y expansión de la Argentina: «Esta muy bien que conozcan la historia, y la recorran en los lugares que aún subsisten, donde los yuyales, las alimañas de cuatro patas y de dos no pueden tapar lo que significó este motor, que unió como nada a los pueblitos más alejados, por más que se esfuercen no pueden la memoria está intacta»; Se expresaba con vehemencia el hombre que parecía salido de una película de los años 50.
«¿Sabe lo que pasa?», continuo, «estas ciudades, estos pueblos nacieron al calor del ferrocarríl, hoy sin esa sangre en las venas estos pueblos, tienden a morir de a poco»…Mi abuelo asintió y nos despedimos amablemente de ese personaje extraño que cuando volvíamos a nuestra casa, y miramos hacía atrás ,había desaparecido, se había ido quien sabe a donde.
No nos importó ya, veniamos riendo de otras historias familiares y hablando de los tallarines que íbamos a degustar aquel Domingo de Abril.
Además a la tarde jugaba Racing y eso sin dudas para mi abuelo y para mí era muy importante.

Texto y dibujo: Julio González Canú.

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