Columna del Domingo: LO POPULAR Y EL «POPULISMO» Escribe Mario Elgue

 

Se suelen mezclar las políticas populares con lo que -a falta de otra denominación más precisa- se denomina «populismo».

En este sentido, para algunos ortodoxos, todo lo que se proponga contener y promover a los sectores mas vulnerables serian variantes de «populismo»: así caerían aquí las políticas del radicalismo de raíz yrigoyenista, del peronismo histórico, el kirchnerismo e incluso parte de la última etapa del macrismo, que también sería «populista».

En rigor, desde sus orígenes, la república democrática tuvo sustento popular: fue expresión del pueblo en ascenso y progreso frente a los privilegiados y a las visiones teológicas conservadoras de la aristocracia.

Esta errónea asimilación entre lo popular y el «populismo» tiene generalmente una intención peyorativa y es esgrimida por algunos fundamentalistas del liberalismo económico que, como tal, en estado puro, no funcionó ni funciona en ninguna parte del mundo, salvo en algunos períodos en los cuales operaron como colaboracionistas de algunas dictaduras militares.

Otra cosa muy distinta, y reivindicable, es el liberalismo político y la división de poderes -hijos de la Revolución Francesa- que eran desdeñados y hasta despreciados por cierto progresismo y por nuestra izquierda violenta, y que hoy es el ámbito en el cual se deben dar todos los cambios que apunten al desarrollo económico, para mejorar la redistribución de los ingresos y alcanzar grados crecientes de justicia social y participación democrática.

Las políticas populares y el papel ordenador del Estado -en sus diversas manifestaciones y variantes- han buscado compensar (no siempre con éxito) los efectos perniciosos que tienen la concentración económica y el libre mercado sin adecuadas regulaciones, que pongan coto al accionar anti-competitivo de monopolios y oligopolios.

En cambio, el llamado “populismo”, de la mano de un capitalismo de amigos, supone la descalificación de las instituciones republicanas y de los partidos políticos. Pretende monopolizar la representación popular, sin admitir disensos, y aspira a contar con el poder absoluto y las reelecciones indefinidas. Cae en desequilibrios externos y fiscales y promueve manejos clientelares de corto plazo.

La idea perversa de esta pseudo revolución imaginaria (que dice obrar en nombre del pueblo), es que los pobres sigan siendo pobres, aunque con alguna asistencia que los retenga como rehenes. Subestima la inflación e induce consumismos de corto plazo, descuidando las inversiones, salvo algunas puntuales de capitalistas amigos que no sólo no generan desarrollo sino que se asocian a vertiginosos enriquecimientos de ellos y de sus allegados y a oscuras corrupciones.

En América Latina hay variantes de este tipo que, en algunos casos, comenzaron como políticas populares y que luego devinieron en autoritarismos, llenos de irregularidades.Una vez en el poder, estos gobiernos acotaron su visión social a políticas asistenciales, sin afrontar -en la economía- el cambio de la matriz productiva; sin una efectiva diversificación, sin la redistribución de los ingresos y sin poner límites a los privilegios de las élites del poder.


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Fotos: Hipólito Yrigoyen y Juan Perón

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