La economía política nació en la transición de la Europa occidental de los restos del feudalismo hacia el capitalismo en ascenso. Hacia fines del siglo XVIII, se hace fuerte la burguesía industrial, cuyos intereses estaban enfrentados al esquema agrario y comercial de la aristocracia conservadora. [1]
Fue en Francia donde una sociedad económica unificada apareció por primera vez como objeto de la economía política. Los fisiócratas franceses, delinearon los perfiles que Adam Smith insertó en “La Riqueza de las Naciones” y que Ricardo expuso en su análisis de la distribución de la riqueza. En oposición al “derecho divino”, se levantó el “derecho natural” del individuo.
Si los fisiócratas consideraban solo a la agricultura como “productiva” (lo que tenía lógica para esa época) y de allí surgía el produit net, para Smith éste excedente surgía del trabajo; pero es Ricardo quien profundizó en el aspecto distributivo y en el excedente de la manufactura.
Con su concepto de la plusvalía, Marx revolucionó la teoría de los clásicos, explicando que este plusvalor es el resultado de la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor creado por ella no pagado por la patronal.
VALOR OBJETIVO Y SUBJETIVISMO
Todas las escuelas de la economía política clásica (incluyendo a Marx) se fundaron en una concepción objetiva del valor y se situaron desde el lado de la oferta. La llamada nueva economía, que se desarrolló en las últimas tres décadas del siglo XIX [2], en cambio, construyó una nueva armazón conceptual que desplazó el centro de atención desde la oferta y el costo hacia la demanda del consumidor. Ahora, subrayaron el efecto de los cambios en el margen (la utilidad marginal): la ganancia o la pérdida de utilidad provenía de un poco menos o un poco más de cierta mercancía.
Los objetivos son mucho más modestos que los postulados clásicos. Es un intento de pasar a una ciencia económica menos social, centrada en encuadres matemáticos. Para ello, emplearon el cálculo diferencial y las ecuaciones integrales. Ya no les interesaba el costo real ni el excedente; no se buscaba un valor intrínseco del cual surgiera una equivalencia básica. Se contentaban con una investigación más empírica: con las causas de las variaciones en los valores de mercado y con una teoría del equilibrio.
Esta escuela dominó en el mundo académico durante sesenta años, hasta que la crisis de 1929-30 y la grave recesión acaecida catapultaron a la revolución keynesiana, que adoptó el nombre del economista británico John Maynard Keynes.
Keynes retornó a las fuentes macroeconómicas, dejando atrás el período marginalista. Su “Teoría de la Ocupación, el Interés y el Dinero” volvió al punto de vista de la oferta y de la demanda global. En particular, reubicó el papel central que cumple la demanda agregada en el establecimiento del nivel de actividad económica y en el empleo.
Lo que aquí interesa destacar es que tanto los marginalistas como los keynesianos no son la resultante de una mera reflexión teórica. Hacia mediados del siglo XIX, el capitalismo industrial ya se había impuesto a la vieja sociedad y no tenía sentido priorizar el interés por la tierra. Tampoco tenía fundamento crear una unidad conceptual opuesta a las antiguas sanciones autoritarias.
CLÁSICOS & JUICIOS NORMATIVOS
La economía subjetiva estaba llamada a cumplir un doble propósito: por un lado, dar una nueva racionalización al orden burgués -en una época en la cual ya no se creía en la ley natural- y, por el otro, dotar de una técnica verificable para intentar explicar los detalles de un capitalismo consolidado.
Keynes, por su parte, apareció en la escena cuando la crisis clamaba por un Estado más intervencionista, que preservara al capitalismo como sistema. Por ello, es el propio Keynes el que señaló que las teorías neoclásicas “sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio.[3]
En suma, la economía neoclásica se restringió a una investigación limitada: las condiciones del equilibrio del mercado, en vista a una escala de preferencias por parte de los consumidores y de cierta oferta de los factores de producción.
Y no es casual que se haya pasado de la denominación de “economía política” a la de “ciencias económicas”. Los clásicos pretendían llegar a juicios normativos: dar respuesta a las relaciones entre las clases y a los méritos de los distintos regímenes socioeconómicos. Los marginalistas, en cambio, tuvieron un propósito mucho menor ya que consideraban al capitalismo liberal como la etapa superior de la evolución humana. Y, aunque incorporaron instrumentos útiles, fueron presos de prejuicios y supuestos que restringieron sus puntos de vista.
LIBERALES VERSUS ESTRUCTURALISTAS
En Argentina, esquematizando las ideas económicas, se puede realizar una síntesis extrema, expresando que se concentraron en dos corrientes económicas predominantes: la liberal y la estructuralista.
La primera, hace eje en los mercados, como mediación irrestricta. Los estructuralistas (incluyendo aquí al desarrollismo, en sus diversos matices), en cambio, aun coincidiendo en que el mercado es el asignador más óptimo de los recursos, son menos dogmáticos e incorporan en sus análisis la existencia de rigideces, trabas y concentraciones de la oferta. De ahí deducen la necesidad de la participación activa del Estado para “corregirlas”. Asocian muchas de esas “malformaciones” a las características de la dependencia y/o del subdesarrollo argentino y latinoamericano.
(*) Miembro del Club Político Argentino
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[1] Dobb, Maurice “Introducción a la Economía”, F.C.E., México, 1994.
[2] De un modo simultaneo, surgió la escuela austriaca con Menger, Bohm–Bawerk y Wieser, y Jevons en Inglaterra. Detrás de ellos, siguieron Marshall y Walras y Pareto de la llamada Escuela de Lausana.
[3] Keynes, “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”, F.C.E., México, 1984.
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Foto: Manuel Belgrano, considerado el primer economista del Río de la Plata