La dinámica de cualquier familia precisa de rutinas y costumbres para poder tener una cotidianidad lo más previsible y ordenada posible.
Las sociedades fueron cambiando y el viejo esquema que dictaba que “papá sale a trabajar y mamá se queda en casa”, ya está perimido.
El año pasado la pandemia hizo que las clases se desarrollaran de manera virtual. Y más allá de la evaluación del impacto que esto tuvo sobre la dimensión pedagógica y psicológica, supuso un esfuerzo muy grande para las familias y los docentes. Fue movilizador ver la predisposición para tratar de naturalizar una lógica que estaba muy alejada de las posibilidades de todos y en tan corto tiempo. En este sentido, tenemos que agradecer a toda la comunidad educativa: las madres, los padres, los docentes y los directivos de las escuelas públicas y privadas.
Por otro lado, no podemos dejar de decir que a pesar de la enorme voluntad nos quedamos con el sabor amargo de saber que se perdió terreno en materia educativa. Y no por la falta de compromiso de los docentes, al contrario, hubiese sido aún peor sin el amor y la dedicación que le pusieron. No fue un año normal.
Por otro lado, no podemos dejar de decir que a pesar de la enorme voluntad nos quedamos con el sabor amargo de saber que se perdió terreno en materia educativa. Y no por la falta de compromiso de los docentes, al contrario, hubiese sido aún peor sin el amor y la dedicación que le pusieron. No fue un año normal.
No es una tarea sencilla, pero tenemos la obligación cómo sociedad y cómo gobierno de volver a darle a las familias una vida cotidiana lo más normal posible. Cuidando la salud de una manera integral: pensando en la pandemia y también en la dimensión psicológica y emocional de todos.
(Infobae)