“No es un leyenda, es un historia verdadera. El Zorro vivió e hizo historia y logró que se conociera Cascallares en todos lados”, explica don Omar Passarotti, su dueño e inseparable compañero. “Tantas veces he contado la historia”, dice no con cansancio sino con orgullo.
Verborrágico, se transforma en una ola de recuerdos y anécdotas. No lo dice, aunque tampoco hace falta, para él el caballo fue como un hijo. “Era como un familiar”, comenta con los ojos vidriosos y rodeado de las fotos del animal que decoran las paredes del comedor. “Es fulera la vida sin El Zorro. Se van a cumplir 20 años de su muerte, pero yo todavía lo extraño”, agrega.
La charla se vuelve cada vez más intensa y por momentos la sensación es que El Zorro vive. Que no se murió. Un cuadro con el análisis de anemia que “teníamos que hacer cada cuatro meses para poder subirlo a un camión”, la manta utilizada en los últimos desfiles luce igual que cuando iba sobre el lomo del tordillo, un mechón de crines, un pedazo de la malla plástica que le pusieron al caballo en la operación que debieron realizarle en la Universidad de La Plata en 1991, un trozo de su cuero obtenido en aquella intervención y un rollo con tanza sobrante utilizada para coserlo. Detalles, tesoros, que Passarotti guarda con amor de su compañero.
“Hasta hace poco me parecía verlo ahí, alrededor de la casa, donde le gustaba estar. Porque a él le gustaba escuchar mi voz”, cuenta. Los rajados vidrios de todas las ventanas son prueba suficiente de lo que cuenta don Omar. “Las hacía él con el hocico cuando me venía a llamar. Nunca arreglé las rajaduras, apenas les puse cinta, son hechas por él y así quedarán”, dice.
Este hombre nacido en Carmen de Patagones hace 69 años, desde hace 50 está rodeado de caballos y durante 28 convivió con El Zorro. Desde fines de 2000 debió acostumbrase a vivir solo. El Abuelo, apodo que le puso al tordillo ya en la vejez, un día se echó y no se levantó. “Ahí lo dejé para que la gente que quisiera pudiera venir a ver sus huesos. Y son muchos los que vienen, y de todo el país”, cuenta.
“Durante muchos años venía un grupo de Mar del Plata, y eran varios los que le traían flores. Es más, antes de morirse, cuando estaba acá, tranquilo, venían muchos a pasar el día con él. Y no bien se conoció la noticia de que había muerto, un montón de gente se vino para acá, a llorarlo”, asegura.
Don Omar explica que el tordillo “no tuvo descendencia, lo caparon para evitar enfrentamientos en las domas con otros padrillos o que sirva alguna yegua de la tropilla”. También dice que tendría que haber vivido más que 28 años: “Tres años más por lo menos. Siempre estuvo sanito, comía bien. Puede ser que la operación, por el tema de lo fuerte que son los antibióticos, le haya acortado la vida”.
“Se cumplen 20 años desde que murió, pero gracias al monumento, para mucha gente es como si viviera”. En realidad, esa es la sensación que uno se lleva de La Susana, y eso es lo que transmite Omar con su amor intacto por El Zorro.
“Mientras yo viva, los huesos van a estar acá. Después tendrían que ponerlos en una vitrina en el museo de Tres Arroyos. Bien ganado se lo tiene”, se despide.
Líder por naturaleza
Hazañas en las jineteadas al margen, hay otros hechos que Omar Passarotti relata (“sin exagerar ni una coma”) y marcan que El Zorro fue un caballo fuera de serie. “Cuando viajábamos con la tropilla para otros pueblos a participar de alguna doma, si él no bajaba primero del camión, no lo hacía ningún otro caballo. También, cuando no estaba en su campo, era reacio al agua ajena: si él no tomaba, no tomaba ninguno. Y si se paraba en la tranquera, no pasaba ninguno. Nació para ser líder. Todos los caballos lo seguían”, recuerda.
Con la mirada perdida en una de las tantas fotos de El Zorro que hay en el comedor de su casa, Passarotti continúa con su relato: “Había que verlos. Cuando él dormía, el resto de los caballos no pegaba un ojo y lo cuidaban. Cuando el resto de la tropilla descansaba, él era el único que los cuidaba. A veces da cosa contarlo porque pueden decir que uno macanea, pero fue así”.
Otro de los hechos que despiertan el asombro tiene que ver con su muerte. “Ahí nomás donde cayó, yo fui y lo tapé con una lona. Usted cree que vino un perro a escarbar, un peludo a buscar un hueso o algo, nada. Ningún animal se animó a hacerle nada a sus restos, que allí quedaron durante más de 10 años”.
Las jineteadas de un mito
“El Zorro nació el 12 de marzo de 1972, en Monte Cura, un campo entre Irene y Aparicio. A los seis meses quedó huérfano y me lo traje para Cascallares, a La Susana. De lo flaco que estaba por la muerte de la madre casi lo pierdo en el viaje. Yo le puse El Zorro porque cuando era nuevo era todo negro y tenía la cola y la cara blanca. El tordillo negro parecía un zorro. Después se puso todo blanco”, cuenta Omar,
Y los recuerdos siguen, sin necesidad de preguntas. Escuchémoslo.
“Era lo más mansito que había. Si hasta lo tuvimos que probar con espuelas porque lo atábamos al palenque para palenquearlo y ni se asentaba de lo tonto que era. Pero lo probamos aquella vez, la primera monta, y se avivó de más. Y fue un indomable. Fue para fines de 1974, tenía casi tres años. Tuvo cinco montas a las clinas y en 1975 debutó con bastos con Hugo Campos, de Tres Arroyos, que ya es muerto”.
“Hasta 1978 anduvo en ruedas y finales hasta que debutó como monta especial, en San Manuel, provincia de Buenos Aires, con el jinete Tucuta Echan. La cosa duró poco: en el segundo salto se lo sacó de encima y lo tiró como a cinco metros. ¡Mire que había que aguantarlo al tordillo, eran 640 kilos de músculos!”.
“Después de esa doma fue durante 19 años Reservado Premio Especial y en 157 jineteadas nadie pudo con él. Con El Zorro recorrimos 82.063 kilómetros por siete provincias. Nunca vinieron a montarlo a la casa de él, sino que fue él a la casa de los montadores. Y lo montaron los mejores, porque en esa época había buenos jinetes, no como ahora. Lo montaron: Ismael Santamaría, Chito Maldonado, Luis Romero y el Coti Iparraguirre, que lo subió tres veces y en la última salió dando rulos por el aire. Algunos jinetes se sostuvieron del tordillo colgados del pescuezo, pero El Zorro no era novia de nadie para que lo anduvieran abrazando, ¿no le parece?”.
“Mire, Rafael Otamendi intentó castigarlo con el rebenque y cuando fue a tirarle el chirlo, no lo vio más, ya estaba en el aire. El promedio que aguantaban sobre el lomo eran 2,5 segundos. Hubo uno que estuvo ocho segundos, una hazaña”.
“¿Que tiene una muerte? Es verdad que Carlos Aristegui se murió en una jineteada, el 11 de septiembre de 1983, pero no por eso El Zorro era un asesino. No lo mató el caballo, él se mató en el caballo, que es muy distinto. Aristegui se mató por tramposo, si él vino andando como de 80 metros, porque se ató a los estribos. Yo tengo varias fotos y se ve clarito que no le zafaron los estribos y quedó enganchado en la espuela. Y el tordillo con la cabeza le reventó el pecho y le quebró una pierna. Pero nadie dice la verdad sobre esa tarde, dicen que lo mató a patadas y que yo soy un asesino. Todo mentira”.
“Después vino el hermano para montarlo en Necochea. Les encerré el caballo para que vean el estado, las clinas que tenía, los bozales que lo ataban. Aristegui había dicho que, con un tiento del cogote, lo montaba de las clinas. Pero lo montaron con un ramplón, con la soga entre las paletas. La mano blanca se le ponía a Aristegui de tanto que lo apretaba. El caballo estaba como ahorcado”.
“En el campo había 25.000 personas y sin alambrado. La gente corría para matármelo porque la radio de Tandil decía ´’van a montar al caballo asesino’. Mirá si va a tener culpa el caballo de lo que pasó. Tuvo que meterse la policía. Después, lo tiró a Aristegui en el palenque y en la otra subida”.
“El Zorro se retiró invicto, porque como es debido nadie le ganó. La vez que se dice que perdió, le hicieron trampa. Fue en 1991, en Santa Rosa, La Pampa, el caballo se cayó porque cuando el jinete estaba arriba, lo volteó. Las fotos muestran cómo se le echó al cogote para que no lo apriete. Entonces lo volteó, porque si se cae el caballo lo aplasta con todo el cuerpo. Y el tordillo se lastimó. Se abrió, quiso levantar las manos y ya no pudo, así que me abalancé sobre el jinete para apartarlo”.
“Tenía varias costillas fracturadas, así que lo llevé a La Plata para operarlo. Cuando llegamos a la Facultad de Veterinaria había una pizarra que anunciaba la llegada del tordillo. Lo estaban esperando y lo operaron todo tapado con cosas verdes, como si fuera un cristiano, y con instrumentista y todo. La operación duró seis horas y El Zorro viajó parado los 500 kilómetros de vuelta. Estuvo un año sin participar de las jineteadas y volvió en 1992 justo contra Ramos. Y vaya uno a saber por qué, se negó a la doma y ni siquiera galopó”.
“Dos semanas después, en Médanos, con la monta de Luis Romero, volvió con todo y en el quinto salto lo revoleó. La gente lloró al verlo de vuelta”.
“El tordillo convocaba gente en cualquier lado, como mínimo lo iban a ver 6000 personas. Y por montarlo los jinetes llegaron a cobrar hasta 10.000 dólares. Venían y pedían lo que querían, y la institución organizadora ponía, no apostaban contra mí.
“Yo iba al 50% de las entradas y me hacía cargo de todos los gastos. Nosotros en una época estuvimos cuatro años sin cosecha por el agua y vivíamos gracias a El Zorro. Una vuelta, cuando la guerra de Malvinas, el tordillo participó de una doma en Tres Arroyos y lo recaudado fue para los combatientes.
En el año 1997, en San Cristóbal, Santa Fe, Miguel Ordina, campeón de Jesús María, lo hizo golpear contra el palo y, aunque lo bajó, quedó manco. Los veterinarios no lo pudieron acomodar, le quedó la mano medio arqueada. Y eso apuró el retiro. El Zorro se despidió en Bragado, el 13 de abril de 1997. Como la primera vez, yo lo largué del palo. El jinete fue Rufino Montiel, que también se despedía, ‘ni vencedores ni vencidos’ dijimos. El tordillo imposible que lo entendiera y se lo sacó de encima como siempre. La gente lo despidió con una ovación llena de emoción y lágrimas”.
“Los últimos años de vida la pasó tranquilo en La Susana. Hasta que el 26 de diciembre de 2000 cayó muerto. Yo sabía que iba a la muerte porque se venía secando, ya casi no podía tragar y hacía varios días que iba por todos lados y escarbaba. A las 12.10 cayó tendido. A las 16.10 le di agua, porque tenía la lengua media afuera y lo bañé. A las 16.20 pegó una patada y, a los 28 años, quedó muerto. Y quedó mirando al norte. Dicen que los caballos buenos mueren mirando al norte”.
“Lo primero que hice fue buscar una lona y lo tapé. Ahí lo dejé, no le toqué un hueso y construí un santuario a su alrededor. Recién le eché mano hace siete años cuando me pidieron que lo llevara al museo de Tres Arroyos. Primero pensé que estaba bien y después me di cuenta que todavía hoy viene mucha gente acá a conocer los huesos, entonces los metí en un cajón enlozado para que los vea el que quiera”.
“También me dijeron de enterrarlo debajo del monumento que le construyeron, pero no me gusta que esté bajo tierra. Quiero que El Zorro esté acá, a mano del que lo quiera conocer. Porque nunca habrá otro como él”.
Monumento y película
El 13 de noviembre de 2014 se oficializó la leyenda: se inauguró el monumento de El Zorro. Fue en el marco de la 10ª edición de la Fiesta Tradicionalista Entre Asados y Relinchos que se organiza en el partido de Tres Arroyos. El descubrimiento de la escultura, emplazada en la intersección de avenidas Rivadavia y Aníbal Ponce, fue acompañado por momentos de emoción, sobre todo cuando se reconoció a Oscar Espil, quien fue el primer jinete del mítico caballo, y a Omar Passarotti, dueño del recordado animal.
En 2010 se estrenó la película Montando al Zorro, realización de Juan Ignacio Domínguez y música original de Raúl Fernández. El documental está en YouTube. Y mantiene vivo la leyenda del caballo invencible.