COLUMNA ESCRITA Y PUBLICADA EN EL DIARIO PERFIL
San Martín fue -y aún lo es- un hombre envuelto en el misterio. Sus contemporáneos coincidieron que era imposible adivinar lo que pasaba por su mente y alma impenetrables. Las crónicas de quienes lo conocieron nos sirven para reconstruir y admirar más al héroe y observar con simpatía al hombre en su lado íntimo, más allá del bronce.
De la vida pública del Libertador conocemos con detenimiento numerosas obras y artículos y es mi intención acercar algunos aspectos de la vida cotidiana del intrépido guerrero.
En Cuyo, según dice Bartolomé Mitre: “era San Martín un modelo de orden y disciplina, que daba el ejemplo de la labor perseverante y de moral en acción”, agregando que “llevaba personalmente su correspondencia, dictaba o redactaba los despachos oficiales, que escribía él mismo cuando eran reservados, atendiendo a la vez un cúmulo de pequeños detalles que asustan cuando se compulsan sus papeles y explican, como en la vida de todos los grandes capitanes, el éxito de todas sus empresas”.
San Martín es el hombre que puede estudiarse con el mayor éxito por la cantidad de detalles. Su vida íntima también es un modelo de orden y al observar la rigidez de su carácter en las “pequeñas cosas” a las que prestaba diariamente su completa atención, llegamos a comprender su táctica como militar, y el orden y el método que fueron característicos en sus administraciones.
Y es precisamente de su vida en Mendoza de donde se conocen del general San Martín varios de esos detalles cotidianos, de su vida sencilla y austera.
Era alto, entre delgado y grueso, airoso y bien plantado. La cabeza bien asentada sobre los hombros; su tez, tostada por la fatigada vida militar que llevaba; sus ojos negros, de un mirar penetrante; su cabello del mismo color. Poseía una fisonomía abierta y un aire marcial que imponía desde la distancia, su gallarda figura.
Utilizaba habitualmente el traje de los granaderos a caballo: casaca de paño azul, con solo el vivo rojo y dos granadas bordadas en uno de los faldones. El pantalón era de punto de lana azul o de paño, bastante ajustado, encima del cual iba la bota de montar. En el cinto llevaba su inseparable sable. El sombrero similar al tricornio, estaba forrado en hule, sin más adorno que la escarapela nacional.
Tal la figura habitual de San Martín cuando salía a caballo, generalmente en uno de color tostado, de cola muy corta y atusado. La sencilla montura que usaba era con pistoleras, cubierta de paño azul.
Así asistía el general a las revistas que tenían lugar en el campamento, y así recorría la ciudad, montado o a pie, seguido tan sólo de un ordenanza; recibiendo del pueblo demostraciones de simpatía a su paso por las calles de Mendoza.
La casa en que vivía con su esposa, Remedios de Escalada, era modesta, allí tenían lugar algunas reuniones semanales a las que asistía toda la sociedad de la ciudad. Reservado y metódico como anfitrión, recibía en su casa de la misma manera a autoridades y subalternos. En estas visitas llevaba la palabra, de forma entretenida y era además amable con las damas y sensible con los niños a los que les expresaba cariño. Quienes lo trataron destacan su amplia cultura, sus maneras elegantes e incluso seductoras, su conversación animada de un claro y sencillo lenguaje sin frivolidad, también refieren a su buen humor no exento de ironía en el brillar su mirada.
En su hogar usaba una chaqueta de paño azul larga y holgada, cubierto el cuello y los costados con pieles de marta cibelina. También solía abrigarse con un levitón de paño azul que le cubría hasta el tobillo, con botones dorados con el que salía algunas veces a pie, pero nunca sin su emblemático sable corvo.
Así describe un historiador la hora de su comida:
“En su mesa era muy parco y sobrio. A medio día, dirigíase a la cocina y elegía dos platos – generalmente puchero o asado – que a veces despachaba de pie, y por postre dulce mendocino, tomando después dos copas de vino. Enseguida daba un corto paseo fumando un cigarrillo de tabaco negro, si era invierno, y volvía luego a la tarea. En verano dormía una siesta de dos horas sobre un cuero tendido en el corredor de su casa. En ambas estaciones su bebida habitual era el café que él mismo preparaba. Después volvía al trabajo y por la tarde inspeccionaba los establecimientos públicos. Por la noche recibía visitas con quienes tertuliaba”.
Estos detalles complementan a las figuras que, como San Martín, se destacaron en la vida pública, satisfacen hasta donde es posible la curiosidad de adivinar ideas y penetrar sentimientos. En ellos encontramos el acento en su carácter noble, leal y severo, y la expresión de su criterio y conciencia, de un corazón generoso, y demuestran su voluntad a toda prueba.
Uno de sus oficiales dejó testimonio de que su voz tenía una energía particular, como cuando llegó la mala noticia de la derrota de Sipe Sipe (1815) durante la sobremesa del almuerzo, San Martín levantó su copa y brindó: “Por la primera bala que se dispare contra los opresores de Chile del otro lado de los Andes”.
Aunque su ánimo estuviese golpeado; el Gran Capitán no se permitía una demostración sentimental cuando había una misión que cumplir, y sobre todo cuando la Patria exigía un sacrificio.
Tomemos su ejemplo y en los momentos difíciles que nos toca vivir, desde el lugar que ocupamos, y en su memoria; levantemos nuestro ánimo y -por qué no- nuestra copa, y demos gracias a uno de nuestros Padres Fundadores en el aniversario de su fallecimiento.
COLUMNA ESCRITA Y PUBLICADA EN EL DIARIO PERFIL POR Roberto Colimodio Historiador, Escritor(Audio)
ENTREVISTA EN AM 1210:
Excelente entrevista.