En la tarde del jueves 28 de julio Sergio Massa concentró todo el poder que podía concentrar dentro del gobierno nacional. Nunca antes había tenido tanto, pese a su influencia en las decisiones de la cúpula presidencial. Su nombramiento como ministro de Economía, Producción y Agricultura, decidido después de largas negociaciones con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, es el certificado de su propio triunfo.
El presidente de la Cámara de Diputados se convirtió en la única esperanza del peronismo para intentar enderezar la gestión. Por eso no sorprende la presión que ejercieron los gobernadores del PJ en el inicio de la jornada de ayer y el respaldo que le dio la Confederación General del Trabajo (CGT) pocas horas después de que se confirmara su desembarco en el Gabinete.
Massa había quedado muy golpeado cuando el domingo 3 de julio llegó a su final. Ese día hubo intensas negociaciones para que se haga cargo de la Jefatura de Gabinete y controle los principales resortes de la economía. No sucedió. Fernández no le quiso dar tanto poder y resistió. En esa encrucijada, resolvió, en un acuerdo con la Vicepresidenta, que Silvina Batakis reemplace a Martín Guzmán.
Análisis Carlos Germano: