Darío Cerquetti y Graciela Farias son matrimonio. Viven en Chascomús y el 31 de diciembre pasado llegaron a Rauch para recibir el año nuevo a solas en el Castillo San Francisco en la localidad rural de Egaña, distante a 20 kilómetros de la ciudad de Rauch.
Son amantes de lugares abandonados y cargados de historia. El castillo de Egaña no es la excepción. Fue construido por el estanciero y arquitecto Eugenio Díaz Vélez entre 1918 y 1930, abuelo del general Eustoquio Díaz Vélez, prócer de la Independencia Argentina.
Fue una de las más grandes y lujosas mansiones rurales de la época con 77 ambientes, 14 baños, 2 cocinas, galerías, patios, taller de carpintería, terraza, mirador y balcones.1
Eugenio Díaz Vélez construyó el castillo utilizando un estilo arquitectónico europeo ecléctico. La obra fue proyectada por su propietario quien inició los trabajos en 1918. Los mismos se prolongaron hasta 1930. Para ello utilizó materiales de primera calidad provenientes tanto desde Buenos Aires como de Europa.
Al fallecimiento de Díaz Vélez acontecido el 20 de mayo de 1930, la propiedad había alcanzado su esplendor. La estancia San Francisco y su castillo eran un importante establecimiento de producción agropecuaria y dador de mano de obra y trabajo en el Partido de Rauch.
El imponente castillo fue heredado por la hija mayor de Eugenio, María Eugenia Díaz Vélez. María Eugenia, prácticamente no habitó la casa que permaneció cerrada durante largas temporadas. Ello inició el comienzo de un período de estancamiento de la estancia y de la edificación, a la que, si bien se le sumaron nuevas construcciones, continuó siendo conservada adecuadamente por su propietaria.
UN LUGAR REPLETO DE MITOS
Con un pasado de lujo, muerte y mitos, el Castillo de Egaña se transformó con el tiempo en un espacio de encuentro, entre paredes derruidas, sombras del lujo de antaño y el recuerdo de viejas rivalidades.
El castillo se terminó de construir en 1930. Según cuenta la historia, en 1930 se preparó una gran cena de inauguración oficial. La familia de Eugenio, amigos y los trabajadores de la casa se alistaban para un banquete destinado a más de 20 personas en la sala. La mesa estaba servida, cuando la larga demora en llegar del protagonista tuvo explicación: había muerto de un infarto en su caserón porteño. El tren que debía traerlo ahora vendría vacío a buscar a todos, para llevarlos a Buenos Aires.
El Castillo de Egaña.
Así fue que dejaron todo como estaba: mesa puesta, copas y platos de lujo sobre el mantel. La viuda dio la orden de dejar todo así, y cerrar con llave la habitación. La historia-leyenda se completa de esta manera: esa mesa estuvo puesta durante treinta años, hasta 1960.
Posteriormente, el edificio pasó a manos del Consejo de la Minoridad para que fuese aprovechado como hogar. Fue así que se transformó en un reformatorio.
Al cierre de los años 70 un joven internado que ya había cumplido la mayoría de edad mató a quien era el encargado del lugar. Al poco tiempo de ese episodio el reformatorio cerró, pero las leyendas en la zona siguieron creciendo, abarcando fantasmas y espíritus errantes entre los muros.
LA FIGURA DE UNA NIÑA EN UNA DE LAS VENTANAS
El lugar es mítico y las historias abundan. “No somos creyentes de las cosas paranormales lo que no significa que no seamos respetuosos”, rescata Darío.
“Mientras recorría el lugar y sacaba fotos se dio algo. Una fotografía que tomé se puede ver sobre la ventana lo que parece ser una niña. Se ve bastante nítido. Parece como algo real. Paranormal”, cuenta Darío.
“A la gente le interesa más lo paranormal que el valor en sí tiene el Castillo y el parque arbolado con valor paisajístico enorme”.
La imagen de la niña de pelo largo y de perfil contra una de las ventanas de la parte superior del Castillo.
Y agrega: “quizá no la pasamos tan solos, ya que se ve en una de las fotos que tomé en el primer nivel a medianoche, la silueta de una niña con camisón blanco observando por la ventana de una de las habitaciones correspondiente a la Sra. María Escalada mujer de Eugenio Díaz Vélez”.
Y siguió: “yo salí a recorrer el imponente edificio, subiendo hasta el primer nivel capturando algunas imágenes, tratando de incluir la gran luna llena. Fue allí donde veo en una de las capturas lo que parecería a simple vista una niña mirando por una de las ventanas. La imagen en la cámara se ve bastante nítida o quizá la imaginación así lo interprete. Se visualiza el camisón manga corta, su codo y brazo inclinado hacia arriba apoyando la mano en el postigo. Hasta se notarían los dedos y su cara”.
La Nueva Verdad