ADICCIÓN AL DINERO Y PROYECTO POLÍTICO
Escribe Mario Elgue
Nos parece que cierta pereza mental lleva a que se llame «populismo» a todo lo que contrasta con el republicanismo mas convencional.
Así, al menos, lo hace una parte del liberalismo, atado a formatos institucionales eurocéntricos y poco atento a las demandas de los mas desprotejidos y a la promoción de un desarrollo integrado, propio de los capitalismos tardíos, pero también sectores de ese retro-progresismo (que aún no ha registrado que implosionó el «socialismo realmente existente» y que es inconducente el absolutismo de un Estado invertebrado y miope) y que, generalmente, no va mas allá de una charla de café y del jauretcheano «animémonos y vayan».
De todos modos, sería necio desconocer que este capitalismo de amigos -reñido con el genuino patriotismo- es una vertiente hegemónica que busca eternizarse en el poder por todos los medios. Que no disimula su autoritaritarismo e intolerancia: que no admite disensos y sólo concibe a las políticas sociales como un asistencialismo castrador; que no tiene demasiado interés en que los pobres dejen de serlo.
Muchas veces han hecho un culto de banderas nobles y sentidas que movilizaron a mucha gente de buena fe (como lo lograron los K con los derechos humanos del pasado que -en las épocas bravas- no los tuvo como protagonistas).Y la manipulación incluyó -quizas para calmar a algunas conciencias- argumentar que la adicción al dinero y al poder no era tal sino que se trataba de un instrumento insoslayable del «proyecto» político transformador que todo lo justificaba.
Ahora bien, a poco andar, el dinero se mezclaba en sus bolsillos y ya no era posible discernir que parte era robo para la política y cuanto para el incremento de sus propios patrimonios personales.
Aunque a esta altura, quizás no es ocioso reiterar -cual máxima sanmartiniana- que robar siempre es condenable.