Bajo la denominación de economía social (ES), se computa aquí a aquellas organizaciones que tienen una operatoria diferenciada de la que despliegan las empresas capitalistas. Ambas actúan en los mercados, aunque parte de la ES (la que se conoce como economía popular) suele canalizar su actividad en mercados informales y en ferias comunitarias.
En las empresas mercantiles los beneficios se distribuyen en función del capital, incorporando la plusvalía generada por el mismo. En cambio, en las empresas de la ES, las decisiones se toman de forma democrática (un miembro, un voto) y los resultados se reparten según el volumen de las operaciones efectuadas, sin importar el capital aportado por cada uno de los asociados.
Pese a que los pioneros de esta “otra economía” (básicamente de las cooperativas y de las mutuales) imaginaron un sistema alternativo al capitalismo liberal y al socialismo estatal, hoy se ha impuesto un sistema-mundo capitalista. Y en esta globalización, la economía social no ofrece ni se ha propuesto ahora erigir otro corpus socioeconómico, otra tecnología ni otro manejo de los precios en el mercado internacional. Por ello, tanto las empresas lucrativas, como de la economía social, actúan en los mercados convencionales y compiten entre sí. Es entonces ineludible lograr racionalidad empresarial, sin la cual unas u otras fracasarían, quedando fuera del mercado, que es una instancia de intercambio, información y socialización insustituible.
La economía social, debe ser competitiva “hacia afuera” y, “hacia adentro”, socializar su distribución: retornando excedentes, adicionando valores simbólicos y garantizando una efectiva democracia autogestionaria. En ella, la propiedad de los medios de producción es de los asociados y el retorno de los excedentes es equitativo entre ellos. Es más, por su naturaleza doctrinaria y normativa, estas entidades sin fines de lucro, además de bregar por su actividad específica, realizan un esfuerzo significativo en aras del crecimiento y del cuidado del medio ambiente de las localidades, apuntando a un modelo de desarrollo local sustentable.
Lo antes expuesto no significa desconocer que hay más de un formato capitalista: los hay más liberales y están los más intervencionistas. Incluso persisten países con modos de producción socialistas, también supeditados a la hegemonía mercantil del capitalismo. En este sentido, éstos últimos exhiben autoritarismo político, con duras restricciones a las libertades democráticas. Pero, al mismo tiempo, se alinean a los parámetros económicos globales y han cedido franjas de la actividad productiva a inversiones externas y a burguesías locales con relaciones salariales capitalistas. Ello, sin desmedro de que este “socialismo de mercado” (como es el caso chino), mantiene su planificación plurianual, fuertes empresas públicas y un férreo control estatal sobre las actividades privadas.
La economía social y la popular deben coexistir con regímenes de todo tipo: ser un subsistema diferenciado, junto al subsistema público y al privado lucrativo. Dada su identidad solidaria, es aconsejable impulsar políticas que fortalezcan a esta “otra economía”, procurando que ellas sean generadoras de trabajo genuino, diferenciándolas así de las propuestas asistencialistas que muchas veces erosionan los lazos sociales e inducen a la tentación del paternalismo y del clientelismo político.
(*) Ex presidente del INAES